martes, 12 de abril de 2016

Rafael Sarria: Historia de Antímano

Antiguamente, el pueblo de Antímano se dedicaba a la agricultura: cultivaban caña de azúcar, café, aguacate y duraznos y también era un lugar de enseñanza de la doctrina cristiana a los indígenas que habitaban este lugar antes que la llegada de los españoles.


La Parroquia Antímano se caracteriza por ser eminentemente residencial e industrial por un lado y por abarcar extensos sectores de barrios por otro. Fue fundada como un pueblo de doctrina católica en 1621. Su fundación está inmersa dentro del esfuerzo efectuado en 1620 por el gobernador Francisco de la Hoz Berrío y el obispo Fray Gonzalo de Angulo, quienes reiniciaron la labor pobladora en la Provincia de Venezuela, a pesar de la oposición de los encomenderos, especialmente los caraqueños.

El encomendero representaba en nuestra historia el primer propietario de estas tierras desde el momento en que nuestro suelo es sometido al dominio español. Esta figura se remonta a la llegada de los conquistadores, cuando los indios pasaron a formar parte del dominio español. Éstos sometían las tierras y a sus habitantes encomendando a una persona (encomendero o propietario) a cristianizar al indio a través del adoctrinamiento y la enseñanza de artes manuales y del trabajo de la tierra de los pequeños conucos que les permitían tener. Al servicio de los indios a cristianizar, estaba el cura doctrinero, quien les enseñaba (a cambio del trabajo manual) a leer y escribir.

En el Valle de Antímano hubo varias encomiendas:
  • La de Domingo de Vera Ibagoyen (1614) de indios Toromaymas que luego pasó a Nicolás Sanz de Varguilla.
  • La de Doña Leonor Muñoz de Rojas, esposa del Capitán Luis Blanco de Villegas (1615). En 1677 pasó a manos de Alonso de Hostos Díaz de Alfaro.
  • En 1621 ya habían cuatro encomiendas más las de Pedro Gutiérrez de Lugo, la de Blas Correa Benavides, la de Estevan Marmolejo y la de Alonso Pérez de Valenzuela.
Los encomenderos trataban en general a los indígenas como esclavos, haciéndoles trabajar día y noche, castigándolos e incluso quitándoles las tierras. Debido a este trato, el monarca español, Felipe III de España, ordenó al obispo de Venezuela, Fray Gonzalo de Angulo (1619) que los encomenderos le dieran la libertad a los indígenas y velara por la creación de pueblos donde se se diera buen trato de los aborígenes.

A las cuatro encomiendas existentes se le añadió la de Domingo de Vera, notificando a los encomenderos la obligación de hacer las construcciones señaladas y de dotar de ornamentos la iglesia en un tiempo de dos meses, pero debido a la urgencia por su construcción, las edificaciones fueron muy sencillas.

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